martes, 8 de marzo de 2011

Jornadas y cancamusa

¿Qué tendrán que ver unas jornadas de rol y la cancamusa, cabría preguntarse? Pues, en condiciones normales, no deberían tener nada que ver, pero no siempre es así. De hecho, en muchas ocasiones, demasiadas, la cancamusa lo es todo, lo impregna todo en una jornadas.


Partimos de la base de que la gente que monta unas jornadas en cualquiera de sus distintos formatos (rol en vivo, rol en mesa, wargames, JCCs, convivencias lúdicas) son gente normal y corriente. Aficionados, en el mejor sentido de la palabra: personas desprendidas y altruistas que dedican de forma voluntaria su tiempo, su esfuerzo y su dinero a organizar un evento que tiene (o debería tener, aunque a eso llegaremos más adelante) como único objetivo celebrar su afición con personas que tienen los mismos (o similares) intereses. La meta puede resumirse en una palabra: diversión. Pura y llanamente.


Y esto no significa que no se tomen en serio lo que hacen, todo lo contrario. Intentan con todas sus fuerzas que su actividad salga lo mejor posible, derrochando esfuerzo, ilusión y trabajo duro por el camino, pero sin perder de vista la meta final: que la gente que participe, y ellos mismos, lo pasen bien.


El problema viene cuando, entre esa gente normal y maravillosa se cuela el malo de este artículo: el cancamusero. El cancamusero es ese personajillo triste y miserable que ha hecho de su afición, de su interés, de su frikismo, su razón vital. El cancamusero no quiere organizar las jornadas porque es divertido, o porque es una forma de conocer gente que tiene los mismos gustos que tú. Él quiere profesionalizar las jornadas. Quiere que sean “referente nacional”, que aparezcan reseñadas como “el evento friki del año” en el fanzine de otro cancamusero de Alpedrete que conoce, al que leen al menos 7 personas, sin contar a su madre y a su hermana por supuesto.


El cancamusero busca, en definitiva, reconocimiento. Necesita que la gente hable de sus jornadas (no, ya no son vuestras, son suyas) y de él mismo, que cuando acuda a otros eventos similares, la gente le reconozca y le alabe. Necesita, anhela, sobre cualquier otra cosa, ese status en el mundillo rolero que le dé aquello que no tiene en día a día habitual: notoriedad.


Porque, reconozcámoslo, el cancamusero tiene una vida cotidiana triste, gris y anodina, y se pasa el día fantaseando con situaciones como la siguiente:


“- “Tiiiiiio!! eres el que montaba aquellas jornadas tan fetén de “El nido del Castor cojo” en Cerrezuelo de la Herradura!!!”.

- “Bueno...sí.” - responde el cancamusero, a punto de sufrir un shock anafiláctico por la subida de orgullo y autoestima. “La verdad es que sin mi guía y el trabajo incesante de mi equipo, no hubieran estado a la altura. Menos mal que estábamos allí para sacarles las castañas del fuego al resto...Pero no le des tanta importancia: lo hago por los pequeños frikis como tú” - sentencia, sonriendo condescendiente mientras encamina lentamente sus pasos a la puesta de sol, mientras la música de “La misión” suena de fondo...”


En realidad el cancamuserismo debe entenderse como una enfermedad, una especie de disociación de la realidad que hace al que la sufre perder la noción entre lo que hace, y el alcance real de sus acciones. Aquellos aquejados de cancamuserismo pierden el norte y ya no preparan eventos para divertirse, para echar un rato con los colegas. No. El cancamusero, en su mente, se ve como un organizador nato, el gran Gurú de los Juegos del Rol y los Eventos Lúdicos, el sinpar Enrique Dans del frikismo... y tiene la responsabilidad ética y moral de compartir ese místico don con el resto de los humildes mortales a los que nos ha sido concedida la gracia de cohabitar con él en este plano de existencia.


El problema del cancamuserismo es que es contagioso. Al igual que sucede con el “campo de distorsión de la realidad de Jobs”, mucha gente que rodea al cancamusero empieza a creer que la única verdad posible es la que el predica, y que es su deber ayudarle a realizar su sagrada cruzada de parir alucinantes eventos que regalar al mundo. Y ahí empiezan los problemas. No hay nada peor para unas jornadas que un cancamusero con seguidores. Si el cancamusero cuenta con el suficiente apoyo, se acabó la diversión: empieza “La chaqueta metálica” versión D&D. Malos rollos, mosqueos, paranoia... Creedme, si detectáis un cancamusero en vuestras jornadas, tenéis dos alternativas: largarlo rápido, para evitar que la infección se extienda, o largaros vosotros y disfrutar de algo que vosotros tenéis y él no: una vida más allá de los fanzines roleros de Alpedrete, y las convenciones lúdico-festivas de Somormujos de la Sierra.

5 comentarios:

  1. La cancamusa es necesaria, como la caspa.

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  2. me encanta me encanta describes lo palpitante en cordoba, y podrian cambiar a cancamusa oscura unas jornadas

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  3. Cómprese una vida, señor cancamusero. Cómprese una vida.

    Te seguiremos la pista, Antoñito ^^

    J.

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